Ducha
-Mucha gente dice eso. Tendré que probarlo.
-¿Nunca te has duchado?
-Sí. Por fuera, a diario. Pero por dentro sólo una vez. Es muy engorroso.
-Deberías hacerlo más a menudo. La gente vive poco porque se ensucia por dentro.
¿Armadura túvola? ¡No!, mas sí un pijama de esparto espartano que la envidia era de todo el candado del llano.
Ya en su moza niñez, en el parvulario de caballeros facieron y desfacieron crueles bromas sobre su falta de armadura y su corta estatura (inspiración de poetas de altura).
No obstante, en su madurez, Don Teodoro de Orines y Vejigo recordóse y revengóse. Remangóse, y en el baño de caballeros fuere siempre el primero en desenvainar, moviendo a envidia y mofándose de los caballeros demás, quienes horas gastaban en la muy noble práctica de orinar y, rabiando, con mayor presión orinábanse mientras aquél íbase.
Sobre esta característica (que sin duda fuere la más destacada de Don Teodoro de Orines y Vejigo), un antiguo poema del siglo XI (previo a su nacimiento) dice así:
XXVIII
Acercóse a un pozo un día
pues ardíale la vejiga,
y quejábase del escozor
en el pozo al orinar.
El orín le daba ardor
y escocíale la orina.
Teodoro se quejaba
por la orina que orinaba.
-Buenos días. Desearía una pistola de esas de matar.
-Por supuesto. ¿El caballero la desea para hacer el bien o el mal?
-Hombre, pues es difícil. Pero, simplificando, digamos que la quiero para hacer el mal, porque es para matar a un señor con bigote. Es muy malvado y especula con alimentos, y yo soy un criminal sanguinario y botarate.
-¡Ah!, pues para estos casos tenemos un modelo exclusivo, en que el tiro sale por la culata y el cruel asesino es quien recibe el tiro. Es una campaña para concienciar a la gente de que disparar a las personas está mal. Creo que estaremos de acuerdo en que este es el producto más adecuado para una persona tan vil y mezquina como usted.
-¡Oh, por favor! No sé si merezco este modelo tan especial.
-Usted merece esto y más.
-¡Me ha convencido! Me lo llevo.
-Que usted matemuera bien. Buenos días.
-Igualmente. Buenas tardes.
-Buenas noches.
Esta es la historia de Vladimiro Kosadevick, un joven de Alcorcón que, por una apuesta de "a ver quién la tiene más larga", se dejó crecer la uña del dedo gordo un poquito más de la cuenta. Cuando su uña llegó a Slovov -un pintoresco pueblo del Norte de Moscú-, recibió el bautismo ortodoxo. A decir verdad, bautizaron a su uña, a él le llegó de rebote. Vladimiro Kosadevick se enteró del bautismo por las fotos que le llegaron a la semana siguiente, y se alegró mucho de poder lucir un nombre ruso.
Vladimiro Kosadevick estaba pluriempleado; mientras en Alcorcón trabajaba en el cajero del Opencor, en Slovov su uña era un reputado leñador. Allí, los amables ciudadanos cuidaban con mucho mimo a la uña de Vladimiro Kosadevick, pero un día que andaban despistados hablando en ruso, se les astilló. Vladimiro Kosadevick no lo podía soportar. Por las noches en la cama, la uña se le enganchaba con los Cárpatos, y no podía pegar ojo. Vladimiro Kosadevick aprendió a vivir con estos pequeños problemas, asumiendo que eran lógicos en una persona con esta peculiaridad.
La uña de Vladimiro Kosadevick crecía imparable, (más para ser la uña de una mano) y en Siberia algunos esquimales ya tenían preparado un gran recibimiento con carteles escritos en perfecto siberiano que rezaban: "Bienvenida, uña".
El día en que cumplió 53 años, Vladimiro Kosadevick notó una presencia por la espalda. Su uña había dado una vuelta completa al planeta. Así la vieron, desde el espacio, unos extraterrestres que se aproximaban para invadir la Tierra. Al ver a este bello planeta con un anillo de bodas de uña, símbolo de su compromiso con otro planeta, dieron media vuelta.
Vladimiro Kosadevick se convirtió así en el salvador del planeta Tierra.
Pero llegó el fatídico día del picor de ojo. Todo fue muy repentino. Vladimiro Kosadevick murió casi sin darse cuenta. Hoy, se puede visitar su tumba en Alcorcón, mientras que en Slovov aún no saben de su muerte y cuidan, pulen, y abrillantan a la uña con ilusión y abrillantador de uñas.
Jacinto estaba moralmente en contra de la obra que iban a comenzar ese día. Sin embargo, el Gobierno era tajante en su decisión. Era un mal necesario.
La gente salía a la calle a protestar, no concebían que se pudiera destruir una construcción tan bella para poner en su lugar esa otra cosa fea y verde que no habían visto más que en fotografías y cuya utilidad no acababan de comprender.
Jacinto también pensaba así. Cuando llegó al lugar, se estremeció al pensar que él sería uno de los responsables de eliminar una de las más hermosas zonas asfaltadas de la Tierra.
Comenzó la tarea de destruir la Autopista A-Qm5º maldiciendo aquel absurdo “bosque” que pondrían en su lugar.
-Sí, lo recuerdo. Eran maleducados, ruidosos y no pensaban en los demás. Cometían infracciones, aparcaban en doble fila, escupían al suelo, ponían la música a tope, se colaban en las colas, creían tener la razón en todo, no respetaban la propiedad pública o privada, ni los monumentos históricos, y tiraban la basura fuera del contenedor. Eran engreídos, ignorantes y cobardes. Y si les recriminabas algo, se enfadaban y te insultaban.
-No se cómo la buena gente aguantasteis tantos milenios conviviendo con ellos.
-Tienes razón, cielo. Los que somos buena gente sabemos que aquellos infrahumanos deberían haber vivido desde siempre en otra parte todos juntos, y allá ellos con su manera de vivir incívica y sin normas.
-Sí. Menos mal que ya no están.
-Sí. Bendito sea aquel día en que la buena gente nos hartamos y enterramos vivos a todos aquellos hijos de puta.
-No lo hagas, puedes acabar agujereada.
Obedeció inconscientemente y no lo hizo.
Hasta ese día, Isidra no reparó en aquella vocecilla que le decía claramente lo que tenía que hacer a todas horas. La vocecilla la oía dentro. A veces, Isidra cometía un error y la vocecilla le reñía y le hacía sentirse culpable durante días.
Aquel día, Isidra se lió una manta a la cabeza y decidió que podía tomar las decisiones ella sola. Isidra comprendió que la vocecilla es una pérdida de tiempo.
-Si el pensamiento nace en mi cerebro, es estúpido perder milésimas de segundo en explicarle a mi cerebro lo que ha pensado mi cerebro, reformulándolo en el formato que uso para comunicarme con las personas.- pensó Isidra.
Isidra consiguió librarse de ese lacre un día lluvioso en que hablaba con un señor de barba de alfalfa bajo un ardiente sol, y no volvió a esuchar la vocecilla nunca más. Desde ese momento, actuaba sin oírse a sí misma.
Años después, Isidra se encontró en una encrucijada y no supo qué camino escoger. Normalmente los pensamientos eran como ráfagas, no necesitaba voces. Pero en ese momento quería una voz amiga, necesitaba a su Isidro Grillo.
Isidra se sentó a esperar a su Isidro Grillo.
Siete mil novecientos diecitrés años después (tras la última Transformación de la Realidad Humana), los científicos, habiendo resuelto la mayor parte de los enigmas de la Vida y el Universo, se sorprendieron al hallar el fósil de Isidra sentada esperando y, a escasos metros, el gigantesco fósil de su conciencia avanzando hacia ella con los brazos extendidos, en ademán conciliador.
A esta dantesca escena la llamaron ´ñ_àmbá0.
Vió, oyó y tocó. Se decepcionó al saber que, estrictamente hablando, vió visiones, oyó audiciones y nunca nadie le supo decir qué demonios tocó.