domingo, septiembre 24, 2006

Palomo de guano al gotelé

Cuatro, ocho, quince, dieciséis, veintitrés, cuarenta y dos. Por fin, Onofre se hizo millonario. Volvía de la administración de Loterías y Apuestas del Estado, incrédulo y con setenta millones de euros bajo los brazos. A sus cuarenta años de edad, ya se había gastado setenta y un millones de euros, pero aun así, Onofre decidió tirar la casa por la ventana. Comenzó por el tabique del salón y la viga de la cocina. Por la ventana empezaron a salir muebles y utensilios del hogar, pero luego decidió tirar la casa entera de una pieza. Salió a la escalera y empujó la puerta de su casa hacia la ventana. Desde la calle, la vista era extraordinaria, pues se veía una casa del revés, con sus costuras por fuera, y las puntas de las escarpias afiladas amenazando a los transeúntes. La gente decía que la escena era dantesca, a pesar de que Dante nunca escribió nada similar. Onofre ya se iba calle abajo, a unirse a la sociedad de consumo y ser un triunfador, cuando pensó que vivir con la fachada por dentro era una opción interesante. Pasó a través de la ventana y se metió en el exterior de su casa.
Así, se montó una cama en el balcón, mientras que en el exterior preparó un bebedero para palomos en la bañera. Esto supuso una novedad para los palomos, que acudían en masa desde distintas partes del globo. Onofre se asustó un poco, pues el ex-interior de su casa quedó cubierto de guano. Pero, cuando treinta y seis años después se arruinó, decidió dejar de tirar la casa por la ventana, le dió la vuelta de nuevo y se encontró con un hermoso efecto textural en la pared ex-ex-interior, al que llamó "gotelé".

martes, septiembre 19, 2006

El goce de Arnulfo

Arnulfo era una de esas personas que gozaba de buena salud. Su vecino Hemérito, pese a ser tuerto, gozaba de su propia esposa, pero Arnulfo no hallaba el placer de ese modo. Él sólo gozaba con su buena salud. Esto era algo bochornoso, pues al saludar por la calle, emitía gemidos y alaridos cercanos a la catársis. Y es que Arnulfo estaba siempre como un roble.
Arnulfo era saludófilo, y esta patología fue tratada urgentemente por su médico de cabecera. Así, mientras Arnulfo dormía, su médico de cabecera, desde la cabecera de su cama, le hablaba y le inducía por hipnosis a no gozar de su buena salud. Esto tuvo efectos colaterales, y Arnulfo empezó a fijarse en otras saludes. Tanto fue así, que su salud se sintió extremadamente celosa, y cayó en la infidelidad por despecho.
De este modo fue como Hemérito -tuerto desde los veinte años, una úlcera, ciática, migrañas, un par de catarros al mes y un quiste sebáceo en proyecto- encontró en la salud de Arnulfo alguien en quien confiar de verdad. Se divorció de su buena mujer, y se fue a vivir con su buena salud a Alcorcón.
A las tres semanas de convivencia, Hemérito empezó a gozar de una gran salud. También salud empezó a gozar de un gran Hemérito. Pero fue Hemérito quien experimentó cambios notables en su vida, gracias a su nueva salud. En vez de recuperar su ojo perdido, fue el otro el que empezó a crecer hasta el punto de que el globo ocular se confundía con un globo aerostático, tanto, que lo elevó. La salud de Arnulfo se había confundido de ojo. Hemérito, volando y volando, tocó techo y fue allí donde produjo sus últimas tres obras mediocres y donde murió de hambre, solo y sin su salud. Es decir, insalubre.

domingo, septiembre 10, 2006

¡Oiga! ¡Que me he muerto!

Glosopedo no quería morirse. Simplemente, se negaba. Pensaba que la experiencia no merecería la pena. Y así fue: cuando se murió, le gustó tan poco que se quejó y protestó hasta que, excepcionalmente y por primera vez en la historia de la biología, le hicieron caso y lo trajeron de vuelta.
Glosopedo se instaló en Oslo con un camello. Se le murió hace poco y también está pensando en reclamar. Glosopedo era inmortal, pero no encontraba un hobby que le satisfaciere para matar las horas, por eso puso un anuncio en un periódico local: "Señor inmortal busca hobby".
El problema es que las horas también reclamaron, pues Glosopedo las mataba con su nuevo hobby de estirador de canelones. Les concedieron la inmortalidad, y ahora Glosopedo vive siempre en las doce y cuarto, en un almuerzo perenne e interminable de, paradójicamente, pan con mortadela.

lunes, septiembre 04, 2006

Chillido de pelandrusca

Obdulio Fandango paseaba por una calle repleta de cosas y gentes. Cada vez escuchaba más cosas y había más gentes. Perdió el control de su vejiga, y se quitó los dos ojos para no ver el bullicio. Pero había tanto ruido que ocupaban el aire de su recién estrenada ceguera, y no dejaban casi espacio para andar. Dio un paso, y se topó con un claxon de camión. Lo esquivó. Más adelante, aplastó su nariz contra un silbido de jovenzuelo, y después resbaló con un chillido de pelandrusca. Como pudo, se levantó y prosiguió hasta la sirena de una ambulancia. La calle estaba llena de ruido inmundo, Obdulio tropezaba cada dos por tres. Era bastante agobiante y por eso decidió sentarse en el suelo hasta que todo pasase. Casi sin darse cuenta, se hizo auditivamente de noche y todo se quedó vacío, ausente de cosas, lleno de nada.
Obdulio Fandango, parándose a pensar en qué nueva aventura psicotrópica debía andar metido esta vez, se perdió en la planicie. Harto de sus sentidos, se quitó las orejas como si fuera Mister Potato y, llevándolas en la mano, echó a andar hacia Coplasti para ofrecérselas a algún pescador a cambio de un friegaplatos rápido en el camarote.