martes, noviembre 28, 2006

Permeabilidad

Epicentro era permeable de nacimiento. Por ello, no podía beber agua, ni salir en días de lluvia, ni darse un baño en la playa, pues se llenaba todo de agua. No era molesto, pero cuando Epicentro se vaciaba, la gente pensaba que era un marrano.

domingo, noviembre 26, 2006

Última cena

Krostoporpov era un señor ruso con dos piernas, dos ojos y la peculiaridad de que comía muy bien. Era un comedor profesional, lo que se dice un "gran comedor". Ya de pequeño, su madre solía decir: "este niño me come muy bien". Y así fue, pues la señora acabó viviendo en el estómago de su hijo.
Cuando Krostoporpov creció, se dejó un gran bigote ruso, donde se le enrollaban los fideos de la sopa. Pero Krostoporpov aprendió a refinarse y, en cuestión de meses, se convirtió en toda una eminencia en el mundo de la ingesta. Se organizaba de una manera exquisita, para poder comérselo todo lo mejor combinado posible. Con la práctica, llegó a ingerir un bocadillo de huevos con longanizas dejando la corteza y la clara del huevo para el final.
En los restaurantes familiares empezó a causar furor, y el boca a boca hizo el resto.
En poco tiempo, Krostoporpov salía de gira, se sentaba en el escenario y comía como un campeón durante dos horas, mojando el pan en el caldo de la fritanga ante el deleite de los espectadores. Las grupies obesas tenían todos sus deuvedés de grandes cenas y le esperaban en la puerta del camerino para acosarle. Le pedían un autógrafo, o un hijo, o un hijo autografiado -"A poder ser, comestible" le dijo una de ellas-.
Krostoporpov se ganaba/dañaba la vida con esta farándula, y gustaba de comentar: "¡Cuántas paellas rusas he de comer para ganarme las lentejas!". El éxito le desbordó. Llegó a pesar mil trescientos doce kilos rusos. La situación de Krostoporpov, así como el propio Krostoporpov, era insostenible.
Semejante fenómeno murió en vivo ante quinientos mil espectadores -en el segundo bis-, cuando alzaba la mano para pedir el pacharán y la cuenta, con las arterias taponadas por un plato de callos -por el plato en si-. Lo enterraron en un hueco destinado a hacer un parking de cinco plantas para troikas, y el mundo le olvidó.

viernes, noviembre 24, 2006

El pavo

¡Requejo astuto! Decidió criogenizar a sus dos hijos a la edad de trece años, para evitar de este modo soportarles la edad del pavo. A los veinticuatro los descongeló, y los halló mucho más quietecitos. Además, estaban muertos.

miércoles, noviembre 22, 2006

¿Golopeda, por favor?

Manfredo tenía estógamo. También puerraba las ciertas, y peía leriódicos. Caseaba por las palles, o teía la vele. Lo único que le molestaba en esta diva era aquella maltida disxelia pero, cuando acudía al démico, le decían: "Imposible, caballero: no existe ninguna enfermedad con ese nombre".
Su exicstenia transcurrió sin novedad y, cuando llegó su última hora, no murió como la gente normal, sino que se transformó en vaca y rumió por toda la eternidad.

domingo, noviembre 19, 2006

¡Ven aquí, maldito siete!


Catarso se encontraba de vacaciones en Taipei, cuando decidió llamar a su hermano, Colapso, para contarle cuán bien se lo estaba pasando. Se acercó a una cabina telefónica, introdujo unas monedas, y se dispuso a marcar. Hubo unos segundos de espera y, finalmente, nada pasó, pues Catarso no lograba acordarse del número de teléfono de su casa. Era como si éste se le hubiera ido de la cabeza. Esperó unos segundos más, por si estos números regresaban, pero no hubo manera. No había duda: ya no estaban allí. Mientras se disponía a colgar el auricular, desesperado e impotente, observó cómo un siete giraba velozmente la esquina, pegado a un tres. Catarso no lo dudó; eran sus números, que huían de él. Echó a correr detrás de ellos, sin recoger el cambio de la cabina. Al precipitarse de semejante manera, Catarso perdió su nombre y todo su abecedario pero, afortunadamente, logró visualizar el número completo, que finalmente se tiró al río y murió. Al pobre Catarso no le sirvió de mucho, pues unos policías que presenciaron la escena acusaron a 'Wu min shi' -"Sin nombre", en chino mandarín- de homicidio en primer grado, y lo metieron en prisión por no encontrar ninguna respuesta en él. Allí sigue Wu, agitándose como un locuelo por la celda, tratando de explicar su injusta y penosa situación. Este jueves lo ejecutan.

sábado, noviembre 18, 2006

Muerte súbita

-Si "ordenar" viene de "orden"; ¿"Ordeñar" de dónde viene?
En estos pensamientos andaba Restituto cuando explotó.

miércoles, noviembre 15, 2006

Rojo

Lósimo Armendáriz era uno de esos hombres que, cuando llegaba a un semáforo en rojo, gustaba de hurgarse la nariz hasta límites insospechosos. Cierto día, a la altura del bar "Lucense", en el Paseo de Zorrilla, topó con uno de sus semáforos favoritos; el de los cincuenta y cuatro segundos. Lósimo se remangó, cogió aire, y se dispuso a introducir su dedo índice en la cavidad nasal. Así lo hizo pero, cuando se quiso dar cuenta, el volante se le había introducido entre la uña y la carne de su frágil dedo y, con él, el resto del vehículo. Cuando quiso echarse atrás, ya era tarde: el coche entero se deslizó entre los pelos de sus fosas nasales, llevándose consigo a Lósimo Armendáriz. Un grito sordo fue lo último que se escuchó por las calles de su ciudad. Cuando el semáforo se puso en verde, nadie arrancó nada.

sábado, noviembre 11, 2006

¡Qué vergüenza de tortilla! ¡Es ridículo!

Se llamaba Tortita Peláez, aunque su madre la llamaba carismáticamente "Tortilla". Tortita decía de si misma que era una persona muy tímida pero, en realidad, era algo más que eso. Era una persona. Tortita sentía vergüenza de su nombre malsonante, de su cara asimétrica, de su timbre de voz crispante, de su manera de vestir ridícula, de su peinado estrafalario y de su cuerpo informe. Por eso, cuando salía a la calle, lo hacía solamente en la madrugada, llevando en la cabeza una bolsa de papel con dos agujeros para los ojos y uno para la nariz. Si tenía que hacer papeleo en alguna administración pública, Tortita salía a la azotea de su casa, y caminaba saltando de edificio en edificio, evitando así que nadie la viera, o peor aún: que alguien la viese. A las ocho de la mañana, cuando abrían las puertas de la administración, era cuando Tortita se quitaba durante escasos segundos su bolsa de papel para poder identificarse. La gente, pese a ser temprano, comenzaba a reír nada más visionar su rostro, y la pobre Tortita, de los nervios, sufría tal transformación que se le ponía cara de otro, con lo que jamas podía rellenar ningún papel oficial.
Un día anormal, totalmente distinto a los demás, Tortita bajó al supermercado, transitando como siempre por los pasillos más vacíos de gente, y comprando solo lo que en ellos había. Por eso, acumuló una gran cantidad de objetos que nadie compra, y renunció a comer por no pasear por donde lo hace todo el mundo.
De repente, al pasar por caja, cientos de micrófonos y cámaras se abalanzaron sobre ella; "Tortita, es usted la clienta un millón de la cadena de supermercados Repollez" escuchó mientras se le nublaba la vista. Tortita yacía en el suelo bajo la atenta mirada de seis cámaras de televisión, dos redactores de prensa, tres cadenas de radio, y veinte millones de personas que veían la tele en directo ese preciso momento.
Es triste, pero Tortita se había muerto de vergüenza. -Afortunadamente, no falleció-.

miércoles, noviembre 01, 2006

Becedaria crónica

Amérito se creyó normal durante muchos años. Había tenido una vida relajada, llena de sustos y sobresaltos pero, sobre todo, llena de vocales y consonantes.
Mientras pasaba una revisión rutinaria sobre la transfomación paulatina de su bazo en crisálida, le fue diagnosticada una Becedaria Crónica. Este mal no le dejaba pronunciar la letra "a" y, además, limitaba al buen Amérito a hacer solamente acciones que empezasen por dicha letra. Tras un primer instante de asentir asombrado ante el médico, se alarmó e intentó salir del hospital, pero averiguó que algo dentro de si no le dejaba hacerlo. -¡Uxilio, uxilio! -aullaba Amérito. Nadie le entendía. Advirtió de este modo la gravedad de su mal y, como no podía salir, se asentó allí, en lo que sería su nueva vida.
El primer día asistió a un parto. El segundo, agilizó unos trámites. Más adelante, asestó trece puñaladas a un becerro, alimentó un hámster en el baño y se amotinó con dos jóvenes en el cuarto de la limpieza, entre otras muchas aventuras.
Una lúgubre noche, en el hospital, se escuchó un extraño alarido: -¡¡¡HHHHHHHH!!!-.
Amérito acertó a ahorcarse en el momento en que adivinó que siempre pudo abandonar sin más el hospital. Entonces, hizo algo que jamas habia hecho ni podido hacer: murió y, a su vez, se curó.

En su epitafio puede leerse; "Agustín de Alabastro acoja al ausente. Amén"