martes, mayo 29, 2007

Flácido bombón

Don Flácido Bombón, caballero de pro con dos orejas, con bata y corbata, vivía a treinta centímetros del suelo. Además de vivir, Don Flácido Bombón tenía un problema de gravedad, y era que cuando le apetecía algo, le apetecía todo a la vez -entiéndase por "todo", todo absolutamente-.
Cuando se encontraba por la calle, y por ejemplo, veía una mujer hermosa, de repente le apetecía un chicle de fresa ácida, dar un puntapié al jefe, cagar, una peineta fucsia y el resto de cosas del planeta. Y es que Don Flácido era todo un antojica. Evidentemente, no le cabían todos esos antojos, así que cuando le apetecía -por ejemplo- rascarse una oreja, se metía en una cámara de presión para soportar todos los bares -que también le apetecían- y no explosionar. Don Flácido intentaba mantener su mente alejada de cualquier tipo de obsesión, pues no conseguía saciarse con nada de todo.
Una tarde en la que Don Flácido andaba pensando en bodrios de películas y libros aburridos, tropezó con un adoquín mal posicionado y, abalanzándose contra un señor dijo en voz alta: ¡Susmuertos! ¡¿Qué tal?!

miércoles, mayo 16, 2007

Seré nata rara

Zanfoño era una persona que demostraba su amor de extraña manera: acudía al portal donde residía su enamorada, se acostaba en la calle y rodaba como un cilindro, de izquierda a derecha, profiriendo grotescos ronquidos. A ellas esto les resultaba encarnecedor, y él era muy diestro en esta práctica, pues se desprendía de sus extremidades antes de hacerlo, según el Volumen Tercero de su Curso de Rodaduras Encantadoras de CCC: "Rodaduras para ligar duras de trompas".
¿En qué pensabas, Zanfoño?
Aunque no se lo crean, esta historia no tiene sentido. Si acaso, mi más sentido pésame. Sesenta kilos. ¿Tanto? Hora de hacer dieta.

sábado, mayo 05, 2007

¡Corre Claustrofo! ¡Corre!

Claustrofo pasó largo tiempo de su vida preparándose para la Gran Carrera de su casa. Había preparado el recorrido minuciosamente por todas las estancias de su dulce hogar, hasta el punto de que -para evitar que alguien le dijera que daba más vueltas que un tonto-, cuando terminaba la vuelta hacía el recorrido marcha atrás.
Claustrofo se dio el pistoletazo de salida y murió, pero aún con este pequeño contratiempo, se levantó y comenzó a correr pegado a la pared derecha de su salón. Claustrofo corría solo, así que la victoria cada vez estaba más cerca y más clara. Según sus cálculos, Claustrofo se aproximaría a la meta aproximadamente en doce meses. Sus cálculos fueron correctos, pues los expulsó con la orina y, en once meses (¡Atención, coma!), Claustrofo ya divisaba la meta en lontananza -a la altura del baño-. Cuando faltaban pocos metros, un borrico tirando de un oso osó adelantarle lentamente por el lado izquierdo. Claustrofo le profirió alguna burrada, y el burro sonrió agradecido. El oso no. Claustrofo se recuperó, todo pintaba en bastos, y éstos quedaban muy bonitos con la decoración del salón, pero cuando ya se estiraba para atravesar la línea de meta, su zapatilla derecha cayó enferma. Una profunda amigdalitis severa la tuvo hospitalizada durante tres meses, para desesperación de Claustrofo, que la esperaba pacientemente a escasos centímetros de la meta. Durante la espera, Claustrofo, estresado, encaneció completamente, desde el pelo hasta las uñas de los pies, fundiéndose perfectamente con el color blanco de las paredes de la cocina, y desapareciendo ante la atenta mirada de su yogurtera y frigorífico. La carrera fue suspendida por falta de participantes y falta de interés, y zapatilla volvió a casa por Navidad, sana y sin Claustrofo. Zapatilla montó un negocio de quesos con Yogurtera, y les fue bien durante cinco meses.
¿Y usted? ¿No compra Quesos Hijos de Zapatilla y Yogurtera S.L.?

Nota: Haga usted lo que haga, lo lea hoy o lo lea mañana, esta historia sucedió ayer en Calasparra.