Flácido bombón
Don Flácido Bombón, caballero de pro con dos orejas, con bata y corbata, vivía a treinta centímetros del suelo. Además de vivir, Don Flácido Bombón tenía un problema de gravedad, y era que cuando le apetecía algo, le apetecía todo a la vez -entiéndase por "todo", todo absolutamente-.
Cuando se encontraba por la calle, y por ejemplo, veía una mujer hermosa, de repente le apetecía un chicle de fresa ácida, dar un puntapié al jefe, cagar, una peineta fucsia y el resto de cosas del planeta. Y es que Don Flácido era todo un antojica. Evidentemente, no le cabían todos esos antojos, así que cuando le apetecía -por ejemplo- rascarse una oreja, se metía en una cámara de presión para soportar todos los bares -que también le apetecían- y no explosionar. Don Flácido intentaba mantener su mente alejada de cualquier tipo de obsesión, pues no conseguía saciarse con nada de todo.
Una tarde en la que Don Flácido andaba pensando en bodrios de películas y libros aburridos, tropezó con un adoquín mal posicionado y, abalanzándose contra un señor dijo en voz alta: ¡Susmuertos! ¡¿Qué tal?!
Cuando se encontraba por la calle, y por ejemplo, veía una mujer hermosa, de repente le apetecía un chicle de fresa ácida, dar un puntapié al jefe, cagar, una peineta fucsia y el resto de cosas del planeta. Y es que Don Flácido era todo un antojica. Evidentemente, no le cabían todos esos antojos, así que cuando le apetecía -por ejemplo- rascarse una oreja, se metía en una cámara de presión para soportar todos los bares -que también le apetecían- y no explosionar. Don Flácido intentaba mantener su mente alejada de cualquier tipo de obsesión, pues no conseguía saciarse con nada de todo.
Una tarde en la que Don Flácido andaba pensando en bodrios de películas y libros aburridos, tropezó con un adoquín mal posicionado y, abalanzándose contra un señor dijo en voz alta: ¡Susmuertos! ¡¿Qué tal?!