miércoles, enero 30, 2008

Humildad

En esta época de despilfarro, les contaré la triste historia de Hamburgo Rodín:
En lugar de ahorrar para vivir, Hamburgo malgastó toda su fortuna en comer y dormir bajo techo, pagar recibos y contribuir a Hacienda. A pesar de semejante derroche, tampoco le había gustado nunca el despilfarro y la ostentación.
Por eso, el día de su propio cumpleaños se compró unas zapatillas de andar por casa, y efectivamente, con ellas anduvo.

miércoles, enero 23, 2008

José Bonaparte

Don Arrugo de su Estampa padecía síndrome de Diógenes desde que tenía uso de razón. Todo esto le permitió, a la edad de noventa y seis años, dar un giro radical a su vida y convertirse en anticuario. Arrugo vendía latas de atún del siglo diecinueve, y sellos de José Bonaparte. Buena parte de lo que ganaba lo reinvertía en cosas nuevas, esperando dentro de cien años revenderlas como antiguallas.
Pero el día de su noventa y ocho cumpleaños le regalaron una bonita A, y aunque ya tenía dos, decidió ponérsela en medio y ejercer por fin de antiacuario. Desde entonces, se dedicó a destruir a pedradas diversos parques acuáticos cada noche, cobrando un sueldo medio. Murió muy joven debido a su avanzada edad.

martes, enero 15, 2008

"Mi vida es estática"

Eso decía a sus amistades un joven Encrespado Melónez.
Pero, cuando acudió al médico -el Colegiado Ciclomotor, de profesión adicto a los diagnósticos y a quien le habían diagnosticado adicción-, el diagnóstico no se hizo esperar: "Usted practica una vida muy sedimentaria, caballero".
Y al poco tiempo, los síntomas: amaneció sin pelo en la cabeza. Pensó que había perdido el pelo, pero lo encontró en la planta de los pies. Los órganos más pesados se fueron acumulando en su esófago, vejiga y piernas. Hasta que, un día, la fatalidad llamó a su puerta. Encrespado se preparó para abrir, pero el corazón le bajó hasta el pie y, al ir a levantarse, se lo pisó y murió en un suicidio involuntario.
El diagnóstico fue tremendo: "suicidio involuntario".

miércoles, enero 09, 2008

Abatido

Endermegio Rata Lerélez, cuarentón de cincuenta y pocos y de profesión asesino, solía coger hermosas depresiones cada vez que ejercía de pistolero. La policía y el psicólogo se lo rifaban a suertes, y fue así como se le diagnosticó "abatimiento" el día que fue abatido tras disparar a un señor y medio y atiborrarse en un bufete de Louisiana, pues cuando Endermegio se sentía abatido, le daba por comer a Bogados en bufetes. Bogados, por su parte, comió a Salariado. Salariado, en su buen hacer, comió a Sustado. Sustado, para sorpresa de todos, comió a Legre, y así se formó un círculo vicioso de comidas y gorrimas. Todos fueron felices y se comieron los unos a los otros, y la humanidad desapareció, víctima del canibalismo ¡Quién lo iba a decir! ¿Acaso usted, señora?

martes, enero 01, 2008

Pan para hoy, muerte para mañana

En honor a la verdad, no eran ni tan siquiera peculiares. Sus amigos y vecinos les trataban con naturalidad y no eran marginados por nadie. Si bien es cierto que la familia Siembrapán tenía algo que les diferenciaba del resto de la población: estaban muertos. Nadie sabe cómo ni cuando, pero todo el mundo recordaba el primer día de su relación con cualquiera de ellos como un día triste, al descubrir tal detalle. Por supuesto, ninguno de sus amigos dijeron nunca nada, y pasaron por alto tal problema para no hacerles sentir incómodos.
La familia Siembrapán estaba muy orgullosa de su cruz, pues sabía que nunca tendría que pasar por el mal trago de una muerte repentina. Celebraban el día de los muertos con confeti y matasuegras, invitando a todo el vecindario -suegras incluídas- a tal evento. Disfrutaban como
nadie de deportes de riesgo, como la caída libre sin paracaídas, o el submarinismo sin bombona, y tampoco tenían problemas en asestarse puñaladas para solventar pequeños problemas domésticos.
Pero un día, la tragedia llegó a la familia materializada en susto; el pequeño de los Siembrapán, sin saber muy bien cómo, cobró vida. Fue una pérdida que ninguno pudo superar. Por tal desgracia, una vez al año cada uno de los miembros de la familia Siembrapán cobraba
también vida víctima de una depresión.
A día de hoy, en una calle gris de su bonita ciudad y a través de esa oscura ventana, puede verse enclaustrado en su habitación, al último de los Siembrapán. Si cruzan su mirada con él, deséenle la muerte.
O tal vez la vida.