martes, abril 22, 2008

Carne de su carne

A la edad de catorce años, el gran pequeño Indeleble destacaba, pues ya era imposible de borrar y sobresalía en todas sus actividades diarias.
Al nacer, su madre Saltapuertas ya lo acunaba entre su seno y su coseno, de ahí que saliera tan dotado -¡de inteligencia, oiga!- y le gustara tanto salirse por la tangente.

Según sus vecinas, Indeleble era "la mar de guapo" -con olas y todo-. Pero su hormona del crecimiento era más grande de lo habitual y su ropa, al no serlo, se le quedaba pequeña al poco tiempo.
Una tarde en la que Indeleble se vió crecer un poco más de lo que acostumbraba a crecer cualquier otra tarde de siete a nueve, se asustó y, siempre previsor, echó a correr a casa para escribir su propia esquela por lo que pudiera pasar.
Cuando llegó, se puso a buscar un lapicero para comenzar la redacción, pero su nombre también había crecido y pasó a llamarse Indeleblebable, y es por ello que, cuando terminó, tuvo que empezar otra desde el principio con su nuevo nombre.
Después de años de crecimiento desmesurado y debido a una falta extraordinaria de aprecio, a Indeleblebable comenzaron a sobrarle partes de sí mismo.
Al principio hizo sorteos públicos de sus órganos más preciados, pero al ver el poco interés que la gente mostraba en ellos, los fue regalando. Todos sus amigos tenían en su casa un trozo de "Inde" y, excepto los grandes grandes amigos, ninguno quería acoger más pedazos del gran Indeleblebable.
Sin saber muy bien cómo, una tarde abandonó tres esternones frente una parada de autobús, seguido de diecisiete bazos y dos kilos de lo que él gustaba denominar "carne vulgar" en la entrada de un hipermercado para vegetarianos, provocando airadas protestas por parte de algunos vagos y maleantes que casualmente paseaban por allí, y que no necesariamente han de ser vegetarianos. Y así empezó la etapa en que Indeleblebable comenzó a abandonarse a si mismo.

Pero también comenzó a abonarse, pues son cosas que vienen de la mano y no se pueden prever, y es por ello que a veces algún ciudadano pudo ver en su cuenta bancaria una transferencia por valor de "Indeleblebable". Ésto repugnaba a los integrantes del llamado "populacho" quienes, hartos de encontrarse trozos de nuestro protagonista por la calle y en sus cuentas del banco, decidieron tomar medidas al tema de Indeleblebable y, espantados, obtuvieron una cifra de varios kilómetros y rezaron para que el asunto no se enderezara jamás.
Con los años, la ciudad en la que creció Indeleblebable quedó completamente cubierta de él, y sus vecinos hacían uso de bisturíes para abrirse paso entre la "maleza".
Afortunadamente, la cabeza de Indeleblebable reposa hoy sobre una fábrica de yeso en pleno rendimiento, la cual es capaz de hacer funcionar con tan sólo treinta tímidos movimientos de su lengua.
Cabe destacar que, aparte de su tamaño, Indeleblebable fue un grande feliz como pocos grandes, y un feliz grande como pocos felices.
Descanse en paz, cuando muera. Él bien lo merece.

lunes, abril 07, 2008

Vida y vía del Buen Petronio (Parte II)

En su 65 cumpleaños, al soplar las velas de su tarta, Petronio se encasquilló, quedándose el resto de sus días soplando sin parar y sin dejar de hacerlo ni un instante.
Los cientificos del país vieron en esto una mina, y lo emplearon para testar alcoholímetros los días de cada día y para extraerle el carbón los fines de semana, de siete a cinco. Tras perderse en una de sus propias galerías, se perdió también en lontananza, y desde allí escribe a sus queridos. En la última carta que recibí de él, no deja de alabar, entre silbidos, la comida de Lontananza, exquisita y muy sabrosa por su sabor, entre otras cosas.