Isidro Grillo
-No lo hagas, puedes acabar agujereada.
Obedeció inconscientemente y no lo hizo.
Hasta ese día, Isidra no reparó en aquella vocecilla que le decía claramente lo que tenía que hacer a todas horas. La vocecilla la oía dentro. A veces, Isidra cometía un error y la vocecilla le reñía y le hacía sentirse culpable durante días.
Aquel día, Isidra se lió una manta a la cabeza y decidió que podía tomar las decisiones ella sola. Isidra comprendió que la vocecilla es una pérdida de tiempo.
-Si el pensamiento nace en mi cerebro, es estúpido perder milésimas de segundo en explicarle a mi cerebro lo que ha pensado mi cerebro, reformulándolo en el formato que uso para comunicarme con las personas.- pensó Isidra.
Isidra consiguió librarse de ese lacre un día lluvioso en que hablaba con un señor de barba de alfalfa bajo un ardiente sol, y no volvió a esuchar la vocecilla nunca más. Desde ese momento, actuaba sin oírse a sí misma.
Años después, Isidra se encontró en una encrucijada y no supo qué camino escoger. Normalmente los pensamientos eran como ráfagas, no necesitaba voces. Pero en ese momento quería una voz amiga, necesitaba a su Isidro Grillo.
Isidra se sentó a esperar a su Isidro Grillo.
Siete mil novecientos diecitrés años después (tras la última Transformación de la Realidad Humana), los científicos, habiendo resuelto la mayor parte de los enigmas de la Vida y el Universo, se sorprendieron al hallar el fósil de Isidra sentada esperando y, a escasos metros, el gigantesco fósil de su conciencia avanzando hacia ella con los brazos extendidos, en ademán conciliador.
A esta dantesca escena la llamaron ´ñ_àmbá0.
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