Declaración de amor
Faustino salió a la calle, radiante, y vió a Brígida en la frutería, comprobando la turgencia de los tomates y palpando acelgas. Brígida era una muchacha caucásica, de encantos afrutados y formas melonáceas. Faustino no pudo soportar la idea de dejar pasar de largo a semejante mujer, y la asaltó lo más románticamente que supo. Se quitó la chistera, se guardó el bastón bajo la axila y, con una reverencia, habló así:
-Discúlpeme, encantadora damisela, pero no he podido dejar de fijarme en usted; su belleza es tal y sus maneras tan gráciles, que no me gustaría perderla de vista. Me complacería invitarla a un sifón y ayudarla con sus frutas.
Brígida aceptó encantada, pues era una jovenzuela muy clásica y le agradó el galanteo hortera y preguerra de Faustino.
Delante del sifón, Faustino se atusaba el bigote embrillantinado, pero no pudo contenerse más y, de repente, arrodillándose, se dirigió a Brígida y dijo:
-Verá, señorita, lo cierto es que mi devoción por usted me desborda. No puedo más, y deseo pedirle algo a toda costa. No se apure ni sofoque, no es ninguna indecencia.
Brígida, ajustándose las enaguas, se espantó un poco, pues ya pensaba que Faustino le iba a pedir la mano en matrimonio, pero no fue así. En vez de eso, dijo:
-¿Le gustaría formar parte de mi harén particular? No le costará ni un céntimo, y estará todo el día atendida. ¡La verdad, es una oportunidad única! Tengo la mayor colección del país de concubinas disecadas.
Le costó un esfuerzo desmesurado. Sudó como una cerda, pero Brígida consiguió hacerle tragar siete melones sin abrir. Eso sí, primero tuvo que romperle los dientes con el sifón y desencajarle la mandíbula a pulso. En total estuvo cinco horas. Tras esto, se negó encantada.
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-Discúlpeme, encantadora damisela, pero no he podido dejar de fijarme en usted; su belleza es tal y sus maneras tan gráciles, que no me gustaría perderla de vista. Me complacería invitarla a un sifón y ayudarla con sus frutas.
Brígida aceptó encantada, pues era una jovenzuela muy clásica y le agradó el galanteo hortera y preguerra de Faustino.
Delante del sifón, Faustino se atusaba el bigote embrillantinado, pero no pudo contenerse más y, de repente, arrodillándose, se dirigió a Brígida y dijo:
-Verá, señorita, lo cierto es que mi devoción por usted me desborda. No puedo más, y deseo pedirle algo a toda costa. No se apure ni sofoque, no es ninguna indecencia.
Brígida, ajustándose las enaguas, se espantó un poco, pues ya pensaba que Faustino le iba a pedir la mano en matrimonio, pero no fue así. En vez de eso, dijo:
-¿Le gustaría formar parte de mi harén particular? No le costará ni un céntimo, y estará todo el día atendida. ¡La verdad, es una oportunidad única! Tengo la mayor colección del país de concubinas disecadas.
Le costó un esfuerzo desmesurado. Sudó como una cerda, pero Brígida consiguió hacerle tragar siete melones sin abrir. Eso sí, primero tuvo que romperle los dientes con el sifón y desencajarle la mandíbula a pulso. En total estuvo cinco horas. Tras esto, se negó encantada.
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5 Comments:
Pues no es para tanto, esta Brígida es una mal tomada.
La verdad es que la taxidermia es una afición interesante.
Mis musarañas apenas protestan.
Cierto.
Que mal carácter tienen algunas,oiga.
En esta vida no hay lugar para los romanticismos. No somos nadie, Gavanido, no somos nadie.
Pues a mi, siempre me han gustado los melones sin abrir. Le estaría muy agradecido a la señorita Brigida.
La comprendo bien. Yo hago lo mismo cada vez que me pasa.
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