Becedaria crónica
Amérito se creyó normal durante muchos años. Había tenido una vida relajada, llena de sustos y sobresaltos pero, sobre todo, llena de vocales y consonantes.
Mientras pasaba una revisión rutinaria sobre la transfomación paulatina de su bazo en crisálida, le fue diagnosticada una Becedaria Crónica. Este mal no le dejaba pronunciar la letra "a" y, además, limitaba al buen Amérito a hacer solamente acciones que empezasen por dicha letra. Tras un primer instante de asentir asombrado ante el médico, se alarmó e intentó salir del hospital, pero averiguó que algo dentro de si no le dejaba hacerlo. -¡Uxilio, uxilio! -aullaba Amérito. Nadie le entendía. Advirtió de este modo la gravedad de su mal y, como no podía salir, se asentó allí, en lo que sería su nueva vida.
El primer día asistió a un parto. El segundo, agilizó unos trámites. Más adelante, asestó trece puñaladas a un becerro, alimentó un hámster en el baño y se amotinó con dos jóvenes en el cuarto de la limpieza, entre otras muchas aventuras.
Una lúgubre noche, en el hospital, se escuchó un extraño alarido: -¡¡¡HHHHHHHH!!!-.
Amérito acertó a ahorcarse en el momento en que adivinó que siempre pudo abandonar sin más el hospital. Entonces, hizo algo que jamas habia hecho ni podido hacer: murió y, a su vez, se curó.
En su epitafio puede leerse; "Agustín de Alabastro acoja al ausente. Amén"
Mientras pasaba una revisión rutinaria sobre la transfomación paulatina de su bazo en crisálida, le fue diagnosticada una Becedaria Crónica. Este mal no le dejaba pronunciar la letra "a" y, además, limitaba al buen Amérito a hacer solamente acciones que empezasen por dicha letra. Tras un primer instante de asentir asombrado ante el médico, se alarmó e intentó salir del hospital, pero averiguó que algo dentro de si no le dejaba hacerlo. -¡Uxilio, uxilio! -aullaba Amérito. Nadie le entendía. Advirtió de este modo la gravedad de su mal y, como no podía salir, se asentó allí, en lo que sería su nueva vida.
El primer día asistió a un parto. El segundo, agilizó unos trámites. Más adelante, asestó trece puñaladas a un becerro, alimentó un hámster en el baño y se amotinó con dos jóvenes en el cuarto de la limpieza, entre otras muchas aventuras.
Una lúgubre noche, en el hospital, se escuchó un extraño alarido: -¡¡¡HHHHHHHH!!!-.
Amérito acertó a ahorcarse en el momento en que adivinó que siempre pudo abandonar sin más el hospital. Entonces, hizo algo que jamas habia hecho ni podido hacer: murió y, a su vez, se curó.
En su epitafio puede leerse; "Agustín de Alabastro acoja al ausente. Amén"
9 Comments:
menos mal que al final se curo, sino el epitafio ubiese quedado muy extraño, al menos quedaria contento con su tumba, prueba de su triunfo sobre la enfermedad.
Le harían la autopsia con un completo examen de cerebro, ¿no?
Una vida llena de as pueden volver loco a cualquiera. No me extraña. En cuanto a usted señor Gavanido, veo que estamos ante un mago de las palabras, o un equilibrista de los sinónimos.
Le felicito.
Podía haber amado mucho.
Una pena.
besos.
Siempre hay que tener listo un buen epitafio.
Conoce usted a sinmas
Son tal para cual
Sea usted feliz
jajajajajaj....hola!!! paseando he encontrado tu blog y me ha encantado! humor muy bueno y de color obscuro...ajjajajajja pero bueno!
Si reencarnara seria una traicionera vocal que arruinaria su vida esta vez??...ajjajajaj
muy bueno te felicito!
Un gran saludo!
Zifnab Xddd, que va no le conozco, pero me ha sorprendido gratamente, mucho.
Sr. Gavanido que he pensado yo que le haría falta una mano de pintura a la paliducha Yorda ¿no cree?. O eso o un gps o un navegador o un mapa... no sé, no sé. Lo que está claro es que no logro que el mozo salga de la primera gran sala. A ver si va a ser a mí a la que le haga falta una mano de pintura naranja.
Agradable sorpresa esta.
"Aaahhh".
Amérito, In Memoriam.
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