Última cena
Krostoporpov era un señor ruso con dos piernas, dos ojos y la peculiaridad de que comía muy bien. Era un comedor profesional, lo que se dice un "gran comedor". Ya de pequeño, su madre solía decir: "este niño me come muy bien". Y así fue, pues la señora acabó viviendo en el estómago de su hijo.
Cuando Krostoporpov creció, se dejó un gran bigote ruso, donde se le enrollaban los fideos de la sopa. Pero Krostoporpov aprendió a refinarse y, en cuestión de meses, se convirtió en toda una eminencia en el mundo de la ingesta. Se organizaba de una manera exquisita, para poder comérselo todo lo mejor combinado posible. Con la práctica, llegó a ingerir un bocadillo de huevos con longanizas dejando la corteza y la clara del huevo para el final.
En los restaurantes familiares empezó a causar furor, y el boca a boca hizo el resto.
En poco tiempo, Krostoporpov salía de gira, se sentaba en el escenario y comía como un campeón durante dos horas, mojando el pan en el caldo de la fritanga ante el deleite de los espectadores. Las grupies obesas tenían todos sus deuvedés de grandes cenas y le esperaban en la puerta del camerino para acosarle. Le pedían un autógrafo, o un hijo, o un hijo autografiado -"A poder ser, comestible" le dijo una de ellas-.
Krostoporpov se ganaba/dañaba la vida con esta farándula, y gustaba de comentar: "¡Cuántas paellas rusas he de comer para ganarme las lentejas!". El éxito le desbordó. Llegó a pesar mil trescientos doce kilos rusos. La situación de Krostoporpov, así como el propio Krostoporpov, era insostenible.
Semejante fenómeno murió en vivo ante quinientos mil espectadores -en el segundo bis-, cuando alzaba la mano para pedir el pacharán y la cuenta, con las arterias taponadas por un plato de callos -por el plato en si-. Lo enterraron en un hueco destinado a hacer un parking de cinco plantas para troikas, y el mundo le olvidó.
Cuando Krostoporpov creció, se dejó un gran bigote ruso, donde se le enrollaban los fideos de la sopa. Pero Krostoporpov aprendió a refinarse y, en cuestión de meses, se convirtió en toda una eminencia en el mundo de la ingesta. Se organizaba de una manera exquisita, para poder comérselo todo lo mejor combinado posible. Con la práctica, llegó a ingerir un bocadillo de huevos con longanizas dejando la corteza y la clara del huevo para el final.
En los restaurantes familiares empezó a causar furor, y el boca a boca hizo el resto.
En poco tiempo, Krostoporpov salía de gira, se sentaba en el escenario y comía como un campeón durante dos horas, mojando el pan en el caldo de la fritanga ante el deleite de los espectadores. Las grupies obesas tenían todos sus deuvedés de grandes cenas y le esperaban en la puerta del camerino para acosarle. Le pedían un autógrafo, o un hijo, o un hijo autografiado -"A poder ser, comestible" le dijo una de ellas-.
Krostoporpov se ganaba/dañaba la vida con esta farándula, y gustaba de comentar: "¡Cuántas paellas rusas he de comer para ganarme las lentejas!". El éxito le desbordó. Llegó a pesar mil trescientos doce kilos rusos. La situación de Krostoporpov, así como el propio Krostoporpov, era insostenible.
Semejante fenómeno murió en vivo ante quinientos mil espectadores -en el segundo bis-, cuando alzaba la mano para pedir el pacharán y la cuenta, con las arterias taponadas por un plato de callos -por el plato en si-. Lo enterraron en un hueco destinado a hacer un parking de cinco plantas para troikas, y el mundo le olvidó.
12 Comments:
O que pena de hombre, si ubiese tenido a mano aquella revista del corazon donde anunciaban esa marabillosa tenia... pero drosofila no se la pudo facilitar, creo que se encontraba en la boda de su tercer hijo con venus... ya se sabe las bodas a vezes son un fastidio, sobre todo para Krostoporpov en este caso
Esto me recuerda a las borrascas del "pla del moro". Que aproveche
Es desolador, querido amigo, comprobar cómo las artes no convencionales son tan poco apreciadas.
Ya me gustaría a mí haber aprendido de él a comer los bocadillos dejándome lo más rico para el final sin perder la compostura; no habiendo dejado escuela ni discípulos, mi sueño dorado se ha venido abajo.
En fin.
Un beso.
Querido Gavanido,
recuerda usted aquella película de Mel Brooks, el sentido de la vida, cuando el señor se come la hojita de menta.
Krostoporpov murió igual?
Simplemente INMENSO.
Saludos.
Ya decía yo que no le recordaba y solo porque el mundo me condenó a olvidarle. Comía paellas enteras??? Abría las cervezas???. Estas y otras preguntas me asaltan como pesadillas en la noche.
Sea usted feliz
Si murió hace tiempo pueden buscar entre sus restos, dada la inmensidad, petroleo. Supongo que en vida sería fuente muy buscada de gas natural :)
Que gran relato. Me ha encantado. Lo de la madre de Krostoporpov me ha recordado a un viejo clásico de la literatura, pero no logro acordarme exactamente de cuál.
El sentido de la vida es de los Monty Phyton. Dspués de esta aclaración, hemos de hablar sobre la dureza del mundo del espectáculo.
jaja, me he reído un montón. me parece genial tu humorismo. Sí, yo también pensaba al leerlo en el señor Creosota, del Sentido de la Vida.
jaja, mil y trescientos doce kilos rusos, jaja.
oye, es simplemente genial, me lo llevo, ¿me envuelves tu blog para regalo?
Tienes mucho talento. gracias por compartir tu sentido del humor =)
me dijo que me junte con el mono y la peca... que son chicos de su hogar... y yo no le hice mucho caso... ahora me doy cuenta... si son un primooooooor!!!!
los quiero... norte
Qué imaginación tiene ud....
Qué frescura y agilidad para plasmar tanto disparate tan bien hilado. Es un gustazo leerlo.
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