viernes, octubre 10, 2008

¡Aprisa, un abrazo!

Gargajón y Meancio fueron amigos desde los cincuenta y tres años. Hasta entonces, tan solo habían sido hermanos inseparables. Ambos se querían y respetaban entre ellos como buenos amigos, pero también se tenían endivia y se miraban despectivamente, como algunos buenos hermanos. En el fondo, no sabían hacer vida separados. Prueba de ello es que las ausencias de Gargajón coincidían siempre con el aburrimiento de Meancio y viceversa.
Una terrible mañana de febrero, la ausencia de Meancio decidió darse a la buena vida y comenzó a comer en restaurantes de lujo, dándose festines cada noche y engordando día tras día. Tanto engordó, que las ausencias de Meancio en la vida de Gargajón comenzarón también a crecer. Gargajón no aguantaba más, y amenazó con quedarse calvo como la situación no cambiara. Meancio, sin motivo aparente, desoyó dichas amenazas y puso en jaque al Universo yéndose a Plutón, y separándose aún más de la vida de su hermigo. Quizá fue el destino el que hizo que jamás tuvieran contacto, o quizá no.
Pero los lazos de la amistad eran fuertes y cuando Gargajón se encontraba tomandose la vida con calma y la muerte con presura, Meancio hizo un sofrito de orgullo y se lo zampó, acudiendo en busca de Gargajón antes de su fallecimiento. Los médicos le habían dado dos días de vida. Un lunes y un miércoles, para ser exactos. El azar, la torpeza o el torpe azar quiso que Meancio acudiera un martes, con lo que encontró a su hermigo ya fallecido. El miércoles, una vez resucitado, Gargajón, en su último día de vida, confesó a sus más allegados, -el portero y su sobrijo- lo mucho que echaba de menos a Meancio, y pidió que, por favor, lo matasen de su parte para reencontrarse por fin en la luz que había al final del túnel. El portero, obediente, asesinó a Meancio tirándole de un padrastro hasta pelarlo. Meancio aceptó encantado dicha muerte y murió. Acudió al encuentro a las cinco menos diez, como Gargajón le había indicado al portero y allí, juntos al final del túnel, prometieron no separarse jamás. A los cinco minutos y cegados por la luz, dicha promesa se rompió, chocando el primero contra un fregado y el segundo tropezando con un vado permanente. Jamás se encontraron.