domingo, septiembre 27, 2009

Los pechos de Ciclamato

Ciclamato, de profesión apedreador, tenía un corazón que no le cabía en el pecho. También tenía otro corazón más pequeño que se compró en Acapulco, que era el que se ponía para salir todos los días. En ocasiones, para ir más ligero, no se ponía ninguno (no exageren, es como quien sale a la calle sin calzoncillos de lana). Esto resultaba descorazonador para sus amistades, quienes esos días le reprochaban su falta de tacto y mala fe. En resumen, le acusaban de no tener corazón. Ciclamato les daba la razón de corazón (digamos que les daba la co-razón) mientras ofendía gravemente a sus familias y a sus razas. Y también hablaba mal de usted, no se crea.

Un día que Ciclamato salió sin corazón, ofendió profundamente a un cliente tras el apedreamiento, quien tuvo un arrebato de asedio. Ciclamato le deseó que se empeorara de su leve dolencia, y no pasó de ahí la cosa, hasta que dos minutos después sí pasó y decidieron solucionar el entuerto al alba a base de guantazos o cabezazos. Ciclamato confesó preferir los guantazos, porque los cabezazos le producían algo de jaqueca y, en ocasiones, ceguera. Esto provocó que el cliente se echara atrás y se callara al suelo todo tiesto. Murió en el acto, igual que Ciclamato, que casualmente había muerto de viejo un segundo antes que su rival.

¡Pobre Ciclamato, justamente cuando el día antes había encontrado dos pechos de alquiler para meter su corazón grande, y dispuesto como estaba a decirle a su suegra que quería una hija suya usando una simpática rima!