viernes, octubre 27, 2006

Gota, gota, gota

Tras el mostrador se encontraba la figura de un hombre escuálido de avanzada edad, con mirada atenta y sonrisa de bonachón.
-Buenos días. Mi nombre es Conceso. Bienvenido a mi aparatorería. ¿En qué puedo ayudarle?
-Buenos días. Verá; estaba buscando un objeto extraño: se trata de un reloj con frenos. ¿Sabe de alguno?
-¡Por supuesto, caballero! ¡Oiga, que la duda ofende! Tenemos varios modelos, pero permítame decirle que, dado su carácter transhumante, este de aquí le viene a usted al pelo.
Don Epidio, pese a estar calvo como un sapo partero, se calzó el reloj y, efectivamente, le sentaba como un guante. No habían pasado cinco segundos, cuando Epidio hizo uso del freno. Fue una frenada fugaz, pero tampoco brusca. En ella, pudo contemplar cómo Conceso giraba velozmente para advertirle de algún tipo de peligro, pero enseguida quedó congelado a medio camino, con la mirada perdida en algún punto entre una fregona y la estantería de "Huecos macizos". Dichos huecos tenían un cuerpo de escándalo. Uno de ellos llegó a Miss hueco. Don Edipio los piropeó, pero se mostraron indemnes e incólumes.
Epidio salió a la calle. Aquél era un día lluvioso, un día en que había decidido frenar para siempre la evolución humana. El silencio era el más absoluto que jamás había concebido. La lluvia permanecía congelada gota a gota, formando una escalera tan irregular como infinita que subía hasta el mismísimo cielo. Emprendió camino hacia la primera nube, y fue allí donde vivió un tiempo. Después, bajó y se fue a casa, harto de comer nube sin sus adoradas patatas.
No pasó a los anales de la historia como "el último hombre que subió al cielo y volvió", pero así fue.

sábado, octubre 21, 2006

Asco de poderes

Súper-Tomás de Villanueva fue, sin duda, un súper-desgraciado. Tenía superpoderes muy inoportunos. Hacía desaparecer cosas que le hacían falta especialmente como, por ejemplo, el dinero, la comida, el oxígeno o su propio cuerpo.

domingo, octubre 15, 2006

Quiero un catéter

-Quiero un catéter.
Lo pidió mil veces, pero en el hospital no estaban para atender caprichos.
-Ni siquiera está usted ingresado. ¿No prefiere una sonda, caballero?
-No. No sería lo mismo.
Al final se puso tan pesado que, entre seis robustos enfermeros, le dieron una paliza. Lo ingresaron y lo sondaron.

jueves, octubre 12, 2006

Felicidad

Perico y Absenta eran tan felices juntos que un día decidieron no perder más tiempo y, así, rompieron, se reconciliaron, contrajeron matrimonio, tuvieron dos hijos, se separaron, se divorciaron, se dieron cuenta de que habían cometido un error y volvieron a casarse ese mismo día.

domingo, octubre 08, 2006

Romana


Leopolda Carráspez, neurocirujana de 32 años, parecía una persona normal, pero había comprado una romana para pesarse los pechos el primer sábado de cada mes.
Observó, durante un año, que el peso siempre era el mismo. No obstante, ella gustaba de posarlos en la balanza, y por ello siguió disfrutando diariamente de esta práctica hasta su último día, apuntando el peso religiosamente en un libro de notas. A su muerte, encontraron el libro manuscrito con dos números -624, 632- repetidos infinidad de veces en sendas columnas. Nadie sospechó jamás nada.

lunes, octubre 02, 2006

Pitofonías

Leocadio no lo soportó. Aquel día, cuando entraron en Mercadona y el dispositivo antirrobo pitó al pasar Emiliana, no pudo más y le dijo:
-Emiliana, cielo, ¿te has dado cuenta de que hace unos meses pitas en todos los establecimientos que entramos, incluso cuando no robas?
-Eso parece, Alocadio dorado.
-Quizá deberíamos ir al médico. La gente no pita en los establecimientos así como así.- dijo Leocadio.
-¡Oh! ¿Piensas que puede ser algo malo?
Y así fue. Cuando Emiliana se hizo el chequeo, se le diagnosticó "pitido en el supermercado crónico". Con el tiempo, esto se le extendería a grandes almacenes e hipermercados.
Por aquellos días, Emiliana ya pitaba en todos los dispositivos antirrobo. Ni siquiera podían viajar en avión para su tratamiento. Leocadio, cobarde él, no lo aguantó y la abandonó con necia amargura, sin saber que ya estaba fatalmente contagiado.
A los pocos meses, él también pitaba al hacer la compra y, avergonzado, tuvo que dejar de comprar en grandes mercados, y acudir a la frutería, charcutería y panadería de su barrio. Pero no gustaba del trato personal y el aire cordial de las tiendas vecinas. Añoraba la frialdad del supermercado, y su aire acondicionado.
Se acordó de Emiliana, y corrió a implorar su perdón. Ella le explicó que su perdón ya lo había dado a su madre, quien le cogió veintitrés pesetas sin permiso. Acudieron juntos a "El Corte Inglés" a por un perdón, a pesar del doble pitido que se oyó cuando entraron.
Con el tiempo, el dinero faltó y tuvieron que buscar soluciones creativas.
Empezaron solos pero, a día de hoy, se puede ver a Leocadio, Emiliana y sus cinco hijos, formando un perfecto pitófono afinado en DO, pidiendo limosna en la puerta del Carrefour con una magistral interpretación de 'Amor de hombre'.