jueves, septiembre 27, 2007

Fabulino y los sinsuelo

Fabulino de Recontra era un caballero con antifaz y dos piernas que, debido a una familiaridad con Génita, jamás pudo levantar cabeza. Gracias a ello, no dejaba de encontrarse extraños objetos en el suelo, que hacían la delicia de su familia.
Un día encontró un chicle y dió para sus siete hijos, y éstos mascaron de por vida a Gradecidos. Gradecidos, mascado, dijo: "Gracias", pues era muy agradecido.
Pero llegó el momento en el que el suelo no dio más de si. Poco a poco, Fabulino se había llevado todo lo del suelo y la gente, sin sitio donde apoyarse, cayó al vacío.
Fabulino también cayó al vacío y, como siempre había hecho, desde allí recogía a todos los que se encontraba, y así hace hasta nuestros días.
Actualmente Fabulino se dedica a coleccionar personas que se encuentra en el vacío.

sábado, septiembre 22, 2007

Necesito té

Justino, varón barón de ciento ochenta centímetros de altura y galimatías en la alcoba, compartía la felicidad de su vida con su soledad. La conoció un lunes de invierno, a las ocho de la tarde. Se le fue la luz, y se perdió su programa de televisión favorito. Otro día se quedó sin pilas en la radio a las doce de la noche. Se quedó en paro, y un domingo se le agotó toda la comida. Descuidó en exceso a sus amigos, y éstos se olvidaron de él. Así fue como, con el tiempo, soledad se instaló con Justino para hacerle compañía y que de este modo, no estuviera nunca más solo.
Justino jamás había sido tan feliz y, a su edad, tampoco esperaba superar semejante estado. Pero una mañana su soledad le abandonó. Se fue a instalar con un cuarentón soltero y con mucho dinero. Justino jamás se sintió tan solo. Sus amigos empezaron a llamarle de nuevo, le salían trabajos de relaciones públicas, el teléfono no paraba de sonar, los vecinos le ofrecían sal. Pero él se sentía terriblemente solo y echaba de menos a su soledad.
Absolutamente rodeado de vida, Justino se sentía abandonado, pero como buen ser humano que era luchó contra corriente y, afortunadamente, ganó dos a cero.
Actualmente, se encuenta lo suficientemente lejos de la felicidad como para ser feliz. Sus amigos de verdad, cuando le ven por la calle, procuran no saludarle.

Nota: Ayer se me fue la luz.

viernes, septiembre 14, 2007

Firubí firubú, ahora lo afilas tú

Desde hacía impensables años, la familia de Don Fonch Crunch se había dedicado al muy respetado negocio de Afilador Ambulante.
Su trisabuelo, ya entonces fue afilador, tocando su armónica de inconfundible sonido a intempestivas horas, y recibiendo en su costado los cuchillos que desde las ventanas le arrojaban. Todos sus antecesores duraron en el negocio tan sólo dos días, dato que a Don Fonch le hacía pensarse muy mucho el hecho de seguir con la tradición familiar.
Pero Don Fonch era muy sensiblero, y sabía que el día menos pensado saldría a la calle y lo haría. Y así fue; un Luéngroves de agosto, Don Fonch cogió la bicicleta con su rueda de afilar y salió corriendo a sortear puñaladas y mandobles.
Tras dos calles, una avenida y un sorteo muy reñido, se dió cuenta de que ése no era su negocio. Así que, ávido de vida, decidió entrar en una letrería a comprarse una ene y convertirse en afinador de armónicas de afiladores -negocio notablemente peor pagado- pasando, de esta forma, desapercibido entre el vecindario.
Fue así como Don Fonch dio con la solución y, hábilmente, decidió tener un hijo por semana. A todos ellos les afinaba la armónica de lunes a miércoles, continuando así con el negocio hasta nuestros días. O, cuanto menos, los de sus hijos.

viernes, septiembre 07, 2007

Anduriña dónde estás

Cuando llamaron a su puerta, a las media y cuatro de la tarde, Aparajito saltó de la cama, legañoso él -pues era de Legañés-, corriendo y dispuesto a estrenar cuanto antes su nuevo televisor de plasma, último modelo, de tropecientas pulgadas e inmejorable resolución que compró en 1937. Al no haberse inventado el plasma, Aparajito pagó con sus dos riñones por semejante producto, y ése era el tercer motivo por el que no comía ni bebía.
Ya vestido, sentado en su sofá, desnudo, Aparajito cambiaba de canales como un poseído por P. Botero -de profesión, satanás-, sin ver más que tres segundos en cada uno.
Después de siete horas de usar el mando, se percató de un pequeño botón al lado del control de volumen. En él había una efe adornada con un trozo de seda natural que lo circuncidaba. No lo dudó, y lo pulsó. El número uno salió en la pantalla de su televisor, pero nada más pasó. Decidió pulsarlo otra vez, y entonces salió un dos, pulsó repetidas veces hasta que llegó al cincuenta, pues Aparajito era terco como pocos. En ese momento, en pleno concurso de jóvenes promesas de la música, apareció sin venir a cuento un sincero y franco tirador qué ejecutó de un francazo a uno de los dos chicos que interpretaban a dueto "Anduriña dónde estás", continuando como si nada hubiera pasado con el programa. Aparajito, asombrado, cambió rápido a uno de sus telediarios favoritos para probar suerte con su presentador odiado. Pulsó la efe hasta cincuenta veces, y el plató quedó vacío. El plato también se vació, pues la ternera guisada con patatas y zanahorias estaba deliciosa.
Cada vez que bajaba a la calle, Aparajito llevaba en su bolsillo su mando a distancia, y no dudaba en pulsar la efe, hasta cincuenta veces, en cuanto lo necesitaba. Gustaba de usarlo a diario, especialmente en la cola del supermercado, y no pasaba una semana sin que Aparajito ejecutara limpiamente a trescientas sesenta y siete personas.
Pero Aparajito y su plasma fueron descubiertos. Los ciudadanos que tenían ese modelo de televisor jugaban a exterminar seres odiosos como si tal cosa. Sin en guardo, las autoridades, tolerantes y talantantes, aprobaron el uso de este mando a distancia, y con los años todo el mundo tenía uno en casa.
Para no extendernos, la humanidad se exterminó a si misma, y hoy el planeta solo lo habitan siete millones de mandos a distancia con la efe desgastada que, civilizadamente, campan a sus anchas por los bares, también dándose a la bebida y a la autodestrucción, pero respentándose entre ellos.
Aprendamos la lección.

sábado, septiembre 01, 2007

Tanto va el Cántabro a la fuente.

Cornulio vivía desde mil novecientos treinta y seis en el dedo de Luís. Su vida había dejado una huella imborrable en él, y así fue. Pero, a pesar de tantos años, y de estar siempre constipado, Cornulio decidió un día que ya estaba bien. Se bajó de sus pies y huyó en busca de nuevas aventuras.
Su primera aventura fue darse a la bebida -la cual le acogió encantada-. La bebida, con el tiempo, empezó a hacer mella en Cornulio, y el caprichoso destino quiso que ésta le podara la flora intestinal, dejándole unos coloridos dolores de intestino.
Una tarde en la que se hallaba al borde del coma etílico -pero por el otro lado-, Cornulio pensó que ya era suficiente, y fue en busca de Luís, su buen Luís, a su bufete libre de abogados. Cuando Cornulio entró en ese lugar, dejó de sudar porque notó que no estaba bien visto, y se sirvió unos cuantos abogados para disimular.
Una rápida mirada le bastó para encontrar a Luís en su mesa redonda. Allí, observó cómo el dedo de Luís estaba ya realquilado a una familia de Cántabros sin papeles, por tres dineros a la semana. Lejos de desalentarse, Cornulio sacó fuerzas de flaqueza y creó su propio negocio de agua en polvo. Ganó un premio Nobel póstumo, y murió.