lunes, marzo 29, 2010

Me llevo una

Algunos individuos no son dados a leer antes de acostarse. Otros, sin embargo, son dados. Éste era el caso de Eulalio Deleznable, quien todos los días al despertarse se desperezaba con un grotesco: ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Dos! La vida de Eulalio, alpán y albino de nacimiento pero con algunas manchas, iba siempre rodada. Todos los días quedaba para tomar café con sus compañeros de fatiga: el alfil Eructo y la ficha de parchís Bisagra, a quien le gustaba comerse cinco tostadas del tirón. Nunca se ponían de acuerdo en qué juego jugar; mientras Eulalio prefería los juegos de azar, a Eructo nunca le apetecía, ya que era mucho más frío y calculador y gustaba de analizar con frialdad las consecuencias de sus movimientos, ¡el muy sinvergüenza! Eulalio Deleznable emprendió un negocio para prosperar, y se volvió muy sofisticado, hasta convertirse en un dado de diez caras. Encontró entonces a su amor, otro dado de ocho caras. Siempre rodando juntos, tuvieron cifras de dos dígitos y fueron muy felices, aunque la gente solía reírse de ellos comparándolos con una vaca. A veces, con dos vacas. Con el paso del tiempo, Eulalio y sus amigos, totalmente manoseados por el gentío que jugaba con ellos, acabaron llenos de gérmenes hasta el punto de que el único que sobrevivió a tal contaminación fue Eulalio. Siguió el tratamiento que le puso su médico de cabecera por toda la calle, hasta que lo cogió y pudo tomarlo. Lamentablemente ya era tarde, y los gérmenes habían ya germinado el cuerpo del pobre Eulalio, acabando también con su vida e iniciando en el muerto un bonito huerto de plantígrados y celuloides. Paradójicamente, su vida se llevó al celuloide y fue interpretada por su buen amigo Abel Dardo.