Repelusa generalizada u oda a la aspiradoda
Adriano Rumbo era insistente hasta decir basta y bruto hasta decir basto. Pero sin ninguna duda, la principal característica de Adriano Rumbo era el ser o parecer, de lunes a viernes, un robot aspirador. Él no lo eligió así, por eso hay que respetarlo y no meterse con él.
Mas Adriano tenía un gran vacío interior y vagaba sin rumbo por la casa. Un día como hoy, decidió perseguir a sus habitantes y chuparles los pies compulsivamente, lo cual angustiaba a estos, fascinaba a aquellos y excitaba a los de más allá. Sin embargo, Adriano se encontraba, mayormente, con repulsa generalizada. También se encontraba con repelusa, o pelusa pelusa, y pelusa simple, especialmente debajo de la cama. Y tal vez con alguna pieza de lego suelta o arrejuntada con otras.
A pesar de sus muchos encuentros diarios, nada cuajó. Excepto una mancha de yogur que Adriano nunca pudo tragar, dada su terquedad (de ella), a quien llamaba Adelaida. Para empeorar las cosas, era de sabor plátano.
Una tarde de otoño, Adriano no lo soportó más y decidió colgarse del quinto pino. Nadie se molestó en ir a bajarlo por quedar éste, del cual aquél pendía, muy lejos. Y ahí tenemos hoy al buen Adriano, colgado y pidiendo, con un rasposo pitido y una voz pregrabada, que alguien lo recargue o solucione el error cuatrocientos cuatro desde alguna aplicación móvil.
Quedan sus quejas amortiguadas por la brisa del pinar, quedan sus quehaceres pendientes y sobre todo queda pendiente Adriano, amontonándose la repelusa lenta (y la veloz también) e implacablemente en las esquinas, hasta generar repelús, más pelusa, o ébola.