viernes, noviembre 06, 2020

Repelusa generalizada u oda a la aspiradoda

Adriano Rumbo era insistente hasta decir basta y bruto hasta decir basto. Pero sin ninguna duda, la principal característica de Adriano Rumbo era el ser o parecer, de lunes a viernes, un robot aspirador. Él no lo eligió así, por eso hay que respetarlo y no meterse con él. 

Mas Adriano tenía un gran vacío interior y vagaba sin rumbo por la casa. Un día como hoy, decidió perseguir a sus habitantes y chuparles los pies compulsivamente, lo cual angustiaba a estos, fascinaba a aquellos y excitaba a los de más allá. Sin embargo, Adriano se encontraba, mayormente, con repulsa generalizada. También se encontraba con repelusa, o pelusa pelusa, y pelusa simple, especialmente debajo de la cama. Y tal vez con alguna pieza de lego suelta o arrejuntada con otras.

A pesar de sus muchos encuentros diarios, nada cuajó. Excepto una mancha de yogur que Adriano nunca pudo tragar, dada su terquedad (de ella), a quien llamaba Adelaida. Para empeorar las cosas, era de sabor plátano.

Una tarde de otoño, Adriano no lo soportó más y decidió colgarse del quinto pino. Nadie se molestó en ir a bajarlo por quedar éste, del cual aquél pendía, muy lejos. Y ahí tenemos hoy al buen Adriano, colgado y pidiendo, con un rasposo pitido y una voz pregrabada, que alguien lo recargue o solucione el error cuatrocientos cuatro desde alguna aplicación móvil. 

Quedan sus quejas amortiguadas por la brisa del pinar, quedan sus quehaceres pendientes y sobre todo queda pendiente Adriano, amontonándose la repelusa lenta (y la veloz también) e implacablemente en las esquinas, hasta generar repelús, más pelusa, o ébola. 


miércoles, octubre 28, 2020

Sabotaje de Parto y Parlote de Conejada. Figuras de acción coleccionables.

El ruin Sabotaje de Parto era una vileza hecha cosa. Se dedicaba al asesinato profesional, lo que lo convertía en un asesino en serio. Gustaba de asesinar a sus víctimas mientras dormían o por la espalda, para ahorrarles el trauma.
En sus ratos libres ejercía el pluriempleo como asesor de asesinos. También en serio, pues ningún cliente le vio jamás sonreír o realizar comentario jocoso alguno. Y es que Sabotaje era más rudo que una tostada quemada.
Parlote de Conejada, de 43 años, ubicado en el Sotomonte en plena rambla, lleva los últimos cinco años siendo la víctima más codiciada por Sabotaje de Parto. Las veces que Sabotaje lo ha alcanzado, lo ha dejado casi muerto con su torpeza técnica. Esto ha provocado las quejas airadas, endignadas e inérgicas, de Parlote. 
El próximo martes está previsto que Sabotaje atrape por fin a Parlote y le de muerte con saña de carne y tomate y, probablemente, le de algo más, dado que Sabotaje es harto generoso. Se espera que en esta ocasión el desenlace sea feliz. Y si en vez de un desenlace fuera un enlace, caso de que ambos descubrieran espontáneamente su amor, pues bienvenido sea.

Epílogo:
Un día, como todo el mundo, Sabotaje murió y, a los tres días, hedió. El pasado y el presente son cosas secundarias en esta historia, le guste a usted o no. A algunos les gusta el pasado y el presente y a otros no. Si a usted le gusta tanto el pasado, cásese con él y déjeme en paz. Le animo a hacerlo, ahora. Como Sajobate y Patorle ¿Le he contado ya que Parlotaje y Sabote casan se casi?

miércoles, agosto 04, 2010

El invertido

Tras muchos años convirtiendo el presente en pasado, Avaricio de Escaparate Mostaza, de tanto guardar segundos residuales, resultado de operaciones de conversión erróneas, logró hacerse con al menos ¡un! año extra en sus bolsillos. En un primer momento pensó en poner una tienda de segundos, pero rápidamente decidió invertir con ellos en bolsa para, con su tiempo, con el tiempo sacar aún más beneficios. Así pues, colocó a plazo fijo de un año medio año de su riqueza, y el medio año restante lo empleó en acelerar el proceso. Inminentemente se le presentó una calvicie supina en el transcurso de los acontecimientos y así fue como su avaricia rompió el saco. Aprovechando dicho agujero por dicho saco, sus ingentes beneficios de tiempo se perdieron y Avaricio recuperó su pelo inminentemente también, quedando toda esta experiencia en un sobresalto sin importancia.

martes, junio 22, 2010

Pecho cargado

Floripepa Malaganes pensaba a sus tiernos catorce años que su pecho estaba cambiando. Y así fue.
Hoy por hoy, con treinta y cinco años, cuando la ven pasar los jóvenes exclaman con vulgaridad: "¡Cuántas tetas tiene!". Y están en lo cierto, pues Floripepa cuenta con nada menos que novecientos setenta y un pechos y tres pezones sueltos, todos ellos de un tamaño, digamos "estándar" y una turgencia envidiable por muchas.
La conocí en un foro sobre papiroflexia (aplicada a la espectrografía molecular). Quedamos un día para tomar un café en Rollados, pues ella vivía cerca, a unos doscientos setenta y siete kilómetros. Cuando la vi la reconocí enseguida; ella llevaba un sombrero pintoresco tal y como acordamos. Quise darle un abrazo, pero no hubo por dónde coger el tema, pues ese día carecía yo de brazos. Fue difícil no hablar de lo que resultaba evidente a la vista: mis ridículas antiparras del siglo pasado, y el hecho de que estaba desnudo, con sólo unos calcetines del siglo pasado también.
Nos despedimos efusiva y cálidamente con la mano desde lejos, ella se fue con sus novecientos setenta y un pechos, y yo acabé, tras diversas aventuras y comprar el periódico, en un cuartelillo turco donde conocí a un monosabio catadrióptico que me contó la próxima historia.

lunes, marzo 29, 2010

Me llevo una

Algunos individuos no son dados a leer antes de acostarse. Otros, sin embargo, son dados. Éste era el caso de Eulalio Deleznable, quien todos los días al despertarse se desperezaba con un grotesco: ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Dos! La vida de Eulalio, alpán y albino de nacimiento pero con algunas manchas, iba siempre rodada. Todos los días quedaba para tomar café con sus compañeros de fatiga: el alfil Eructo y la ficha de parchís Bisagra, a quien le gustaba comerse cinco tostadas del tirón. Nunca se ponían de acuerdo en qué juego jugar; mientras Eulalio prefería los juegos de azar, a Eructo nunca le apetecía, ya que era mucho más frío y calculador y gustaba de analizar con frialdad las consecuencias de sus movimientos, ¡el muy sinvergüenza! Eulalio Deleznable emprendió un negocio para prosperar, y se volvió muy sofisticado, hasta convertirse en un dado de diez caras. Encontró entonces a su amor, otro dado de ocho caras. Siempre rodando juntos, tuvieron cifras de dos dígitos y fueron muy felices, aunque la gente solía reírse de ellos comparándolos con una vaca. A veces, con dos vacas. Con el paso del tiempo, Eulalio y sus amigos, totalmente manoseados por el gentío que jugaba con ellos, acabaron llenos de gérmenes hasta el punto de que el único que sobrevivió a tal contaminación fue Eulalio. Siguió el tratamiento que le puso su médico de cabecera por toda la calle, hasta que lo cogió y pudo tomarlo. Lamentablemente ya era tarde, y los gérmenes habían ya germinado el cuerpo del pobre Eulalio, acabando también con su vida e iniciando en el muerto un bonito huerto de plantígrados y celuloides. Paradójicamente, su vida se llevó al celuloide y fue interpretada por su buen amigo Abel Dardo.

lunes, febrero 08, 2010

Título procrastinado

Don Lumbriz Gómez de Tierra, estuvo buscando durante trece años métodos sobre cómo combatir la procrastinación. Lastimeramente se le pasó el tiempo volando y al final no logró hacer nada de todo. Harto de tal injusticia, decidió ganarse la vida dando clases de distintas clases de procrastinación, arruinándose a los pocos meses al dar todas las clases gratis por no ir a cobrarlas. Inmerso en sus absurdos quehaceres, se obligó a si mismo a compartir el problema con su negada esposa, pero por el camino se topó con un ejército de topos que le llenaron el jardín de curiosísimos agujeros. Para cuando su simposio sobre la repercusión de la madriguera del topo en hábitats arenosos hubo terminado, su mujer ya se había ido con otro hombre, incluso con dos diferentes. Lejos de entristecerse, Don Lumbriz se alegró. O al menos eso intentó, porque en el acto de alegrarse también se procrastinó y vivió en un estado dubitativo de por vida, entre la pena y el frenesí.

martes, enero 12, 2010

¡Golfos! (Historia fuertecita)

Majuncio y su hijo Saquito fueron condenados por felonía. Se les impuso pena de empalamiento audaz, la cual aceptaron alegres a pesar de los fallos renales que padecía Saquito y que no importunaron a su mal padre.

Majuncio era de profesión ascensor, lo cual da una idea de su perturbación viral que ya arrastraba desde bien fenicio. Cuando el magistro les aplicó, él la supo aviar. Así que cuando se les preguntó por su última voluntad, Majuncio decidió molestar al prójimo a toda costra y de modo permanente incluso estando fenecido, y pidió ser empalado y abandonado en un paisaje típicamente mediterráneo, es decir, en pleno campo de golf.

De este modo, Majuncio y Saquito ahí permanecen, en el campo de golf, bien empalados. Al principio hubo toneladas de quejas, saqueamientos de cajas y arqueaminentos de cejas, pero actualmente empleados los retiran al alba para no asustar a los golfistas y los dejan emplazados en su sitio original empalados al retirarse el sol, metiendo sendas estacas en sendos agujeros.

Esto se ha convertido en una especie de moda entre los condenados a empalación. No ponga esa cara; esta alegre pena es más común de lo que se cree. Pasa todos los días en todos los campos de golf de la costra.


viernes, diciembre 25, 2009

Feliz Gavanidad

Ustedes ya me entienden.

miércoles, diciembre 23, 2009

¡Dame un brazo, amigo!

Gertrudo se empleó como ARSO (apoyabrazos regulable de silla de oficina) durante treinta años. A pesar de que los brazos ajenos le ocasionaban dolores de espalda , consintió en ejercer hasta el día de su jubilación inclusive, y así fue. Pero en el fatídico día de la jubilación, se dio cuenta de que para sentarse necesitaba un buen apoyabrazos o de lo contrario los dolores acabarían con él. Buscó a alguien que pudiera realizar para él su tan respetable oficio, pero como era soltero nunca tuvo hijos y nadie pudo recoger su legado el día que se le cayó. Paradójicamente, Gertrudo había dejado de trabajar y no pudo apoyarse en sí mismo, muriendo de dolores inenarrables durante doce largos años. Puede parecer un cruel final para el buen Gertrudo, con quien tantas aventuras hemos compartido y al que tanto aprecio hemos cogido, pero la realidad es que Gertrudo era un sádico de alto colibrí, y en realidad él mismo se montó una jubilación como pocos han soñado. ¡Vaya un picaruelo, Don Gertrudo!

sábado, diciembre 12, 2009

No se puede hacer más lento

Y de la nada, apareció un tiesto. Así gustaba comenzar todas las noches sus representaciones el gran Ceregumilo. Como gran prestidigitador que era, solía prestar todos sus dedos excepto el de señalar, a los numerosísimos espectadores que acudían al teatro para contemplar su espectáculo. La actuación duraba apenas una hora y tres días, pero con el tiempo, la gente comenzó a darse cuenta de que el propio tiempo daba igual. Ceregumilo salía a escena con paso impar, mirada indiferente y juanete dolorido. Pero sobre todo salía capaz. A pesar de que su cuerpo estaba enfadado con él y lo llenaba de contratiempos, había sabido dejarse un bonito bigote de tres días para parecerse a su vecino de usted. Ceregumilo y su bigote, prestidigitaban con suma habilidad, haciendo las delicias de los más exigentes en dicho mundo. Aquella noche tomó como voluntario a un señor que no conocía y que incluso no se conocía a si mismo. Ceregumilo recogió sus dedos de entre el público, regalando los raros objetos que éste había conseguido sacar de ellos y se dirigió a su desconocido. ¡Esta noche, con todos ustedes, tendremos el número del hombre arrugado! -dijo Ceregumilo mientras se apartaba el sol de la cara-. El hombre, decidido y harto de juventud, entró fugaz en la extraña máquina de hierro que en silencio, permanecía juguetona en el medio del escenario. Ceregumilo lograba calmarla con ciertos canturreos a la altura del pestillo y unas palmaditas en el contenedor de líquido envejecedor. El público, mientras, miraba espectante el proceso mágico y casi industrial de la máquina. El artista no paraba de alimentarla con pares de minutos y algún segundo suelto, pero ella, hambrienta, quería más, teniendo que esperar varios meses para poder saciarla por completo. Tras cincuenta y cuatro años de actuación ininterrumpida, y veinte muertes entre el público, por fín llegó el día del fatídico desenlace del número del hombre arrugado. Cachava en mano, Ceregumilo abrió la puerta de su oxidada máquina para estupor de los espectadores que aún sobrevivían en las carcomidas butacas. Por fín, tras tres kilos de polillas, se abrió paso el hombre arrugado con mirada de sorpresa arrugada. Un sonoro aplauso se escuchó en el pueblo donde vivía Ceregumilo que no cesó hasta su jubilación al año siguiente. Jamás reveló su truco, y la máquina fue destruida por si misma al día siguiente de la representación. Aún hoy se intenta desarrugar al hombre arrugado con costosísimos experimentos y la ayuda de grandes entendidos en el tema, pero todos saben, que si Ceregumilo quisiera, y sin tanto esfuerzo, podríamos disfrutar otra vez de uno de sus grandes números. El del gran cuatrocientos cuarenta y cuatro.

domingo, septiembre 27, 2009

Los pechos de Ciclamato

Ciclamato, de profesión apedreador, tenía un corazón que no le cabía en el pecho. También tenía otro corazón más pequeño que se compró en Acapulco, que era el que se ponía para salir todos los días. En ocasiones, para ir más ligero, no se ponía ninguno (no exageren, es como quien sale a la calle sin calzoncillos de lana). Esto resultaba descorazonador para sus amistades, quienes esos días le reprochaban su falta de tacto y mala fe. En resumen, le acusaban de no tener corazón. Ciclamato les daba la razón de corazón (digamos que les daba la co-razón) mientras ofendía gravemente a sus familias y a sus razas. Y también hablaba mal de usted, no se crea.

Un día que Ciclamato salió sin corazón, ofendió profundamente a un cliente tras el apedreamiento, quien tuvo un arrebato de asedio. Ciclamato le deseó que se empeorara de su leve dolencia, y no pasó de ahí la cosa, hasta que dos minutos después sí pasó y decidieron solucionar el entuerto al alba a base de guantazos o cabezazos. Ciclamato confesó preferir los guantazos, porque los cabezazos le producían algo de jaqueca y, en ocasiones, ceguera. Esto provocó que el cliente se echara atrás y se callara al suelo todo tiesto. Murió en el acto, igual que Ciclamato, que casualmente había muerto de viejo un segundo antes que su rival.

¡Pobre Ciclamato, justamente cuando el día antes había encontrado dos pechos de alquiler para meter su corazón grande, y dispuesto como estaba a decirle a su suegra que quería una hija suya usando una simpática rima!

martes, julio 07, 2009

Jugo

De la vida de Jilimerto, de profesión bicéfalo, solo diremos que tuvo una semana de angustia cuando estuvieron a punto de retirar del supermercado su "Jugo de naranga con vulva" debido a una errata en el envase.

lunes, marzo 30, 2009

Aviso palo palo palo

¡Que nadie se alarme!

El Mono se Eleva está de mudanza. Yo mismo estoy trasladando la mecedora y la mesa camilla a pulso.

Dentro de poco tendremos más espacio, los demás blogs nos envidiarán y seremos más felices.

Para hacer boca y mano, les dejo un relato corto:

Geranio amaba la prensa. No solo la compraba y leía, sino que además vivía dentro de una. Por este motivo, Geranio, prensado, medía un metro diez, hasta que un día, harto de estrecheces y harto de vino, salió de la prensa en que vivía y se pegó el estirón. Se estiró con tanta fuerza que quedó partido en dos. Pero Geranio siempre fue un optimista y, lejos de desanimarse, se pluriempleó; hoy su mitad inferior se dedica a probar bicicletas estáticas, mientras que la mitad superior ha montado un restaurante que no disfruta de mucho éxito. Probablemente quebrará y morirá, así que yo de ustedes no compraría una bicicleta hasta asegurarme de que medio Geranio ha sido reemplazado.

Pronto tendrán más. Lo dice Gavanido.

lunes, enero 19, 2009

Al calor del boniato

Adagio ruin, tenía una rara obsesión por el suicidio. Le gustaban las cosas con sabor a cuchilla y hallaba el placer chupando polvo hasta la asfixia. En cada quicio de las puertas de su obesa casa victoriana del siglo dieciséis, sobresalían mástiles con sogas casualmente anudadas con nudos estranguladores. Éstas reaccionaban automáticamente cuando una mosca se dignaba a pasar a través de ellas, ahogándolas hasta la casi muerte y soltándolas en el último momento a modo de reprimenda. En la cocina Adagio había cavado un barranco para tirarse por él, con la mala suerte de que cuando lo terminó se halló abajo, y no encontró la forma de hacerlo. Perdido en el subsuelo del hogar, trató de pedir auxilio en diversos idiomas, ya que hablaba perfectamente el astrohúngaro y el rumano, a pesar de que su lengua materna era de carne. No tuvo éxito y, pasados dos días y dos metros, Adagio apareció en el infierno muerto de hambre. Allí se topó con la raíz de un boniato milenario, de la cual comió hasta su resurrección. Pero no se alegren demasiado; resucitado y gordo, el cuello de su camisa se le dió de no un día trece, acabando con la traumática vida de Adagio para siempre, en lo que fue el segundo suicidio involuntario de la historia conocida.

miércoles, enero 07, 2009

Saxo en la azotea

Su nombre era Apapucio. Era músico, y además tenía la habilidad de tocar el saxo tenor con gran acierto, posando siempre todos sus dedos únicamente en las notas que sonaban bien. De joven mostró un breve interés por la música, siendo pianista de cine mudo unos treinta y tres años de su vida. Su padre se quedó obsoleto como tal en plena pubertad, y por eso Apapucio se maleducó y adoptó por costumbre tocar el saxo tenor en su azotea hasta altas horas de la madrugada. Su vecina, Hartita, puso una noche el grito en el cielo atándolo a un globo de helio, y juró que de mayor quería ser señora. Apapucio y su mala educación siempre desoyeron sus quejas, y continuaron haciendo lo que les apetujo durante años. Como el tiempo en esta historia carece de importancia, pasaron siete siglos, y la vecina de Apapucio comenzó a hallar el placer en las bellas melodías de su saxo. Antes de que el relato se torne erótico y se parezca a lo que no es, diremos que Hartita carecía de brazos, así que jamás pudo tocarse de la extraña manera en que usted está pensando, ¡Degenerado! No obstante, se frotaba contra una palmera. El misterio de cómo sin brazos habría colgado las sábanas Hartita no hizo mella en Apapucio, pero sí por lo menos en cien tíficos que pasaban casualmente por allí y estuvieron años estudiando dicho fenómeno. La historia de amor no se hizo esperar. Uno de los tíficos, engatusado por las melodías de Apapucio, se colocó su calvuca postiza y se lanzó a la azotea norte de éste para tratar de conquistarle con bellos cálculos y ecuaciones sin resolver. No obtuvo éxito, pues el pobre tífico no se percató de que no era posible saltar a una azotea desde un bajo, estampanándose sin remedio contra el canto de una alcantarilla, y muriendo en el acto en el acto de saltar. Hartita y los noventaynueve tíficos restantes viven ahora juntos, unidos por la desgracia en el piso de treinta metros cuadrados preparado para tal efecto por ella misma. Apapucio, mientras, toca su saxo para ellos religiosamente, noche tras noche, desde su azotea.